29...Mirador
Hay un lugar en el que sólo hay
paz y confortación. Un lugar en el que se sienta, da igual la hora, el día del
año y el momento de vida que se esté pasando, y se olvida de todo, tal es el
aura que desprende.
A él le gusta la media tarde,
justo después de tomarse un café caliente en la cafetería cercana, y que ha
sido testigo de tantas cosas que es como si estuviera sentado en el salón de su
casa, y en donde ha conocido tantos camareros tras la barra que ha perdido la
cuenta, si bien cada uno de los que ha venido ha ido engrosando su lista de
personas imprescindibles, aunque eso es otra historia. Tras el café, el paseo
con el sol en la espalda es tan agradable, que invita a ir ya pensando en todo
eso que se agolpa en la puerta del alma, ya en lo que le espera a uno cunado
abra la puerta y todo se remueva de nuevo, pero empezándolo a ver con otro
prisma, para tener una imagen diferente. Si con el sol es agradable, cuando
está nublado o llueve, el frío de la ciudad te templa la existencia, y lo pone
todo en la línea de salida, dándole la justa importancia a cada cosa y a cada
lugar.
Ése es el prólogo a la historia,
el acceso a su momento del día, al instante en que se siente en el mismo sitio
de siempre, en el que se sentara junto a aquélla que le hizo sentirse hombre, y
le dio el premio de crear, a su lado, una familia. El sitio de tanta dicha, de
tanto dolor, de tanta vida…Y ahí está, sentado, mirando el espectáculo que se
abre ante su mirada, cansada y vencida, pero nunca lo suficiente para no
disfrutar de lo que ve, para volverse a llenar por completo, sentir el abrazo
de la felicidad, medida y controlada, que allí se desata, y su mente empieza a
radiar la misma novela desde el ese día en que se sentó allí por vez primera.
El lugar es un remanso, es un
oasis en el desierto de la bulliciosa ciudad, un descanso de la pelea diaria,
una recompensa, y una nueva aventura cada vez. Es la imagen de todo, a la vez y
desmedido, que entra por sus ojos hasta grabarse en la retina y comprobar que,
efectivamente, se sabe los ángulos, las luces y las sombras, de memoria.
El lugar es como ese beso de tu
abuela después de que regañen tus padres, o el olor de tu madre cuando reposas
la cabeza en su regazo. Es la seguridad, el destino perfecto y la perfecta
sintonía con todo lo que significa ser él, con todas sus circunstancias. Tiene
la tenebrosidad de lo antiguo y la fuerza de lo nuevo, y cada vez que se sienta
allí le viene un vendaval que le sacude el alma.
Allí sentado, la puerta
semiabierta, la vieja madera de roble que la sostiene, una hilera de bancos que
intentan ser frontera pero sólo sirven de pórtico, y la más bonita visión que
una persona pueda desear cuando quiere encontrarse sin buscarse…un mirador que nos
devuelve un paisaje inabarcable delimitado por la suavidad de una líneas en la hermosísima
cara de la Virgen.
Fuente Fotografía: Facebook Amargura (Jaén)



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