30...Lunes Santo
Su vida está ligada,
irremediablemente, a un banco de madera sin respaldo, del que hacía las veces
la puerta del convento, hoy capilla del Santísimo Cristo, en el que se sentaba
para oír misa un mes de verano de hace muchas cuaresmas. Desde esa atalaya, la
Virgen lo saludaba desde una hornacina en el lado derecho, según se mira al
altar mayor, cuando su llanto no lo escoltaban ni Juan ni la Magdalena, y la
tiene dentro de la memoria vestida de hebrea, e inmortalizada en aquellas fotos
sacadas con una vieja canon de carrete que sólo sabe captar recuerdos.
Ha visto al Señor, tamizado con
la pátina del tiempo, de los siglos de oraciones de generaciones anteriores, y
luego restaurado por el IAPH, en una labor inconmensurable que lo dejó igual
que lo tallara el Indaco, y tiene fotos en la casa de hermandad, con flequillo,
llevándolo en ese traslado inolvidable desde la Capilla Real a su templo.
Lo ha llevado, primero con su
paso sin barnizar, recién nacida la talla del canasto, lo ha llevado ya acabada
la misma, desde esa trabajadera en la que los pies bajan a la altura del
pueblo, y sus costaleros los abrazan antes de pasear su muerte por las calles,
como ha llevado a su Madre, bajo su paso de palio, en esa maravillosa catarsis
que es poder llevar a los dos titulares de la hermandad, y vivir para contarlo.
Su vida está ligada a la cruz de
plata, de tal forma, que su hija es hermana desde el día que nació, y sus
padres se volvieron a dar el “sí, quiero”, a sus plantas, cerrando un ciclo que
continúa todavía, como está ligada al esparto y al color negro de la túnica que
viste, cada Lunes Santo, pidiéndole al Señor de su vida, de su familia, de los
suyos, que nunca se detenga el reloj de su fe y que cada paso que de con la
cruz a cuestas tras de su muerte en plata, le permita, simplemente, olvidar y
perdonar…
Fuente Fotografía: La Locura Cofrade



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