31...El Señor que mira al Cielo
Desde su posición, “derecha
atrás”…todo es un enjambre, un encaje de bolillos de situaciones que tiene que
manejar con diligencia, a fin de que todo transcurra como debe para restar
preocupaciones a las que ya tienen en la delantera del paso. Siempre pendiente
de las órdenes, para responder lo más rápido posible, o anticiparse si ha lugar
para ello, cuando es necesario corregir un poco la trayectoria del buque
en su discurrir por el río de asfalto, orillado por las filas de fieles que lo esperan.
Concentrado en su trabajo, aún
tiene tiempo para fijarse en esas otras cosas que ocurren a su alrededor, el
conjunto de miradas que son como libros de texto en los que se aprende de la
vida, impartiendo las lecciones cada uno como ha podido, a lo largo de su
periplo en este mundo. A veces, las lágrimas no salen, pero se almacenan en el
balcón del párpado inferior, mientras se contempla al Señor que obra milagros con
sus manos abiertas y su mirada al Cielo. En esa escalera de oraciones, de
demandas a veces, a pie de calle, junto al respiradero, las miradas se elevan
hasta Él, pidiendo que reciba nuestras cosas, nuestros agradecimientos y
nuestras necesidades, y Él es como un escalón intermedio, ya que su mirada se
eleva más arriba, hacia el cielo de la ciudad, donde su Padre recibe y
clasifica.
El Señor es como un Funcionario,
la atención primaria de las millones de peticiones que, desde la salida a la
entrada, se suceden y se acumulan, y él se da cuenta, mirando esos ojos ,
viendo esos labios moverse en oraciones improvisadas, puede que ensayadas,
mientras la derecha atrás se va moviendo, "un poco más corazón mío", al ritmo que
le marcan los tambores.
Lo mismo no es una mirada, ni
unos labios musitando, puede que sea una mano que le agarra la suya, como si él
mismo fuera otro eslabón en la cadena que lleva a la resolución de sus
problemas, o sea una sonrisa, que puede que signifique, piensa él, que se le ha
concedido al portador algo de lo que se pidió, tal día como hoy, en años
anteriores. Su oficio tiene esos privilegios, de ser testigo por ser protagonista,
de todo lo que se mueve en torno al paso de Cristo. Los niños que estrenan
silencios, bola de cera en mano, sólo porque sus padres les dicen que hay que
callarse ante el Crucificado, y de las abuelas que les dan dulces para suavizar
la regañina paternal. Todo vuelve a ser, y él está preparado para vivirlo de
nuevo, para empaparse de todo eso que la gente va a requerir del Señor, cuando
su cuadrilla se lo acerca, repitiéndose el rito como se repite la vida. Porque
la vida se repite, sí, como se repiten las calles y se repiten las órdenes,
cada día de Semana Santa de cada año, como se repite su sitio en la hermandad y
el trabajo al servicio del Señor, su chaqueta negra y su faldón trasero, cuando se convierte en contraguía de Aquel que recibe todo, para llevárselo a su Padre, en esa única noche en
que, en la calle, mira al Cielo…
Fuente Fotografía: La Locura Cofrade



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