32...Maravillas
Siempre que la ve, vestida de
Domingo para recorrer las calles de su ciudad, vuelve a ser adolescente. Sin
remedio, sin querer, vuele al instituto, y se encuentra en su pupitre,
iluminado desde atrás por la luz del patio, dibujando pasos en los formatos Din
A-4 de clase de Pretecnología.
Entre esos formatos, manchados
con la tinta de los rotuladores calibrados que remarcan la cajetilla con sus
datos, aparece algún folio emborronado con letras escritas mientras piensa en
esa chica que, quizá hoy, le vuelve a asaltar también y casi puede sentir el
tacto de sus manos, al resguardarse junto a las suyas en el bolsillo del
abrigo.
En su adolescencia, el recorrido
lo ha hecho miles de veces, desde la plaza en donde se juntaba con los amigos,
hoy capataces del Señor, hasta la puerta de la sacristía, cuyo recuerdo sabe a
helado y café, cuaresma y montaje.
En los ojos de la Virgen, en sus lágrimas también, van prendidas todas esas cosas que han ido madurando al mismo ritmo que su pelo se ha ido cayendo, y las arrugas de la piel le dicen que ya no es el que era, aunque su corazón opine lo contrario, y no puede evitar pararse un rato, justo en ese momento en que se detiene el tiempo en la calle más bonita del mundo, cuando se para el palio y todo lo llena Ella.
Al
acercarse, al contemplar la mirada baja, la tristeza definitoria, definitiva,
la máquina del tiempo le da la vuelta a las manecillas el número oportuno de
veces, y se ve ensayando en el parque de las ciencias, faja morada y parihuela
a trabajadera, escuchando las marchas que ahora son clásicos, y creyendo ser
maestro cuando no llegaba ni a aprendiz. Algunas manecillas más, y se ve el día
de su boda, y a la foto a sus pies con la mujer de su vida, y madre de su hija
que también fue bautizada, más manecillas de la desgastada máquina del tiempo,
junto a Ella y su Hijo.
Suena el llamador, el palio ha
levantado y Ella se dispone a llevar a la ciudad todo eso que sólo Ella puede
llevar, todo lo que la inconfundible forma de andar de su paso puede
transmitirle a sus hijos y, cuando la ve alejarse, deleitándose en cada detalle
de su portentosa trasera, agarra la mano de su hija, la de su esposa, y le da
gracias a la Virgen por lo que le ha dado desde aquel momento en que la
conoció, junto a sus amigos, vestido de adolescencia.
Fuente Fotografía: La Locura Cofrade



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