34...A ritmo de Samba
En nuestra Andalucía, la música es como una parte más de su orografía, por lo que en cada una de las ocho provincias que la conforman, es indispensable para vivir la vida en la forma en que lo hacen los andaluces. Desde Tarifa a Almería, pasando por las provincias interiores, cada una tiene artistas de renombre salidos de sus barrios, y cada una tiene una que es propia de ella, y que la distingue y personaliza, desde el carnaval al flamenco.
Obviamente, en nuestra Andalucía,
la Semana Santa se vive de manera diferente, porque diferentes somos en todo a
los restantes habitantes de esta piel de toro, y la música tiene mucho que ver
en la manera en que procesionan nuestras imágenes, ya que gracias a ella los
pasos adquieren otro movimiento, al interpretarla los hermanos costaleros.
Tal es la importancia de la
música en nuestras cofradías, que las bandas y las cuadrillas han llegado a
cotas tan altas de compenetración, que ya sería muy difícil ver a algunas
imágenes a los sones de otras agrupaciones, y nos llega a chocar cuando, por
motivos extraordinarios, estas cosas suceden.
Cierto Miércoles Santo, de un año
perdido en la niebla del tiempo, su juventud salía a pasear de la mano de
aquella joven, que con sus ojos de niña había calado hasta lo más profundo de
su ser, y a la que estaba llevando por esos lugares escogidos por el corazón
cofrade que cada uno llevamos dentro, y que son los mismos, o no, a medida que
pasa el tiempo. En la esquina de un extinto y famoso bar, el público se
agolpaba para ver revirar el paso de palio, que distaba solamente una nube de
incienso, y el turista que sale del negocio espirituoso para contemplar mejor
ese milagro que, en Andalucía, es ver un palio salvar una estrechez, a los
sones de su banda.
No pudieron evitar compaginar la
visión del palio con la de ese turista que se limpiaba con fruición las gafas,
como si le estuvieran dando una imagen desvirtuada de lo que estaba sucediendo,
mientras gesticulaba y entornaba los ojos para no perderse detalle. La chica le
rozaba la mano suavemente, y la multitud agolpada hacía que su cuerpo estuviera
muy próximo al suyo, por lo que la tomó por la cintura, abrazándola desde
atrás, para disfrutar, cerquita el uno del otro, de ese primer paso palio que
ya estaba metiendo en la calle el afamado capataz y su cuadrilla de costaleros.
Pero los mejores momentos, a veces pueden fastidiarse sólo por un mínimo
detalle que, en este caso, era el insistente e inquieto turista, el cual, de un
empujón los separó y entonó con acento brasileño una frase que todavía hoy
tiene grabada en la memoria, y que hace idea de lo importante que es el hecho
de que nuestros pasos llevan música:



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