35...El color del manto
Su interlocutora, lejos de quedar
satisfecha con la respuesta, sigue interpelándolo, con una retahíla de
cuestiones, ajenas todas al verdadero motivo, el lugar y el momento que está
presto a suceder, motivo por el cual el hombrecillo le responde de nuevo, casi
con evasivas, no vaya a enturbiarle el instante con el polvo de su palabrería.
Atento a las preguntas de la
mujer, pero sin querer inmiscuirse en el monólogo, más que conversación, un
joven deja volar su mente, y empieza a evocar un sinfín de vivencias
relacionadas con la cofradía, el palio, los enseres y hábitos, la túnica del
Señor, la banda, la historia y el barrio, desarrollando un íntimo y completo
dosier con toda la información que se pudiera precisar de la hermandad, desde el
día en que sale hasta las efemérides curiosas y extraordinarias que tienen que
ver con ella. Son tantas cosas que no sabría cómo ordenarlas, a fin de
servírselas a esa mujer que, ajena por completo a la ciudad, pregunta con
insistencia para poder llevarse un recuerdo más duradero, y alguna información
que contar en ciudad, cuando vuelva, pero lo intenta para conseguir dejar una
buena impresión en ella, a la par que disfruta hablando de lo que tanto le
motiva.
El hombre mal encarado ha
comenzado a hablarle a la mujer, y ha resultado ser uno de esos que tiene el
libro de la Semana Santa abierto al revés, y le está contando cosas que no son,
por lo que la mujer se va a hacer una idea errónea de todo lo que ha de venir,
mientras que la hermandad empieza su discurrir junto a ellos. En esta
hermandad, se da la particularidad de que el paso de palio es el primero de los
tres que forman parte del cortejo, tal es la devoción que, desde tiempos
remotos, suscita la Virgen en la ciudad, y ya va aproximándose, lágrimas y
mirada cabizbaja, hacia lugar que ocupan los personajes de esta historia.
La mujer, como no podía ser de otra manera, se ha quedado sin palabras ante la dulzura que irradia el rostro de la Virgen, y no tarda en preguntar a su interlocutor el nombre de la misma. El hombre mal encarado falla estrepitosamente, por lo que el segundo hombre aprovecha la ocasión para sacarlo de su error. Ambos, expectante una, contrariado el otro, le preguntan que cómo está tan seguro de la advocación de la titular mariana, a lo que responde con un sencillo pero demoledor..."no puede llamarse así, una Virgen que tiene ese color de manto".



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