39...De costaleros veteranos y jóvenes ciriales
En sus múltiples años de costalero, él siempre se había ceñido a entrar y salir del paso, siempre por el sitio que el capataz les decía para ello, y alejarse del mismo para no entorpecer el cortejo mientras estaba de relevo. Sumido en el ajetreo que siempre supone una hermandad en la calle, el sinfín de situaciones que se dan, los nervios en el momento en que una cuadrilla sale y otra entra, la celeridad en el relevo para que no afecte demasiado al horario fijado, etc, nunca se había parado a pensar, o a fijarse, en las personas que integran el cortejo y que, como él, están haciendo estación de penitencia.
Él no, pero ella sí…cada, año, al
coger el cirial que precede el palio de la Virgen, ella sí había agudizado el
oído, abierto los ojos, para empaparse de todo lo que rodea al paso, el día grande
de su salida procesional. Antes que el cirial, de pequeña iba con la cesta que
surte al acólito turiferario de los elementos necesarios para aromatizar el
recorrido, afanándose en sacar el carbón, el incienso o el mechero, a fin de
que Ella fuera siempre envuelta en esa nube tan personal como característica.
Años más tarde, ella misma llevaría la naveta, para pasar, finalmente, a anunciar,
con esa línea de luces que son los ciriales, que Ella llega y que todo tiene
que pararse a mirarla.
En su puesto, siempre fue escuchando las voces de los capataces, hasta el punto de conocer los nombres de los que mandan debajo, a los que llaman para levantar el paso, o los que consiguen que el mismo revire para adentrarse en cada calle, pero muchas veces, el mayor número de ellas, todo queda en eso, en unos nombres sin rostro, a los que, a veces, no llega a conocer. Es curioso cómo suceden las cosas, cómo se pasa de la nada al todo, o del anonimato a la amistad, sólo porque la Virgen quiere que así sea, en un momento determinado. Así, porque Ella quiere, en una boda, en un bautizo, o en una reunión similar, completamente ajena a las hermandades y cofradías, resulta que un hijo le presenta a su padre a la novia, ufano él, nerviosa ella, y es cuando se activa en el cerebro la neurona del día procesional, las voces de mando del capataz, y los nombres de los que van debajo, y cae en la cuenta de que ella lo conoce de toda la vida, aunque sólo sea de oídas, y se lo dice al hombre que le acaban de presentar…”yo llevo desde niña escuchando su nombre delante del paso”, y es cuando se cierra el ciclo. El costalero veterano, hablando de su Virgen, con una mujer que, siendo niña, empezó a andar delante del palio escuchando su nombre, y ahora comparte con él el cariño hacia Ella y su hijo.
Fuente fotografía: Malaga.net



Comentarios
Publicar un comentario