4...Jesús

 


En la Jerusalén granadina, el Señor hace su Entrada por la Puerta de Elvira, a lomos de una Borriquilla que le da el nombre a la advocación y sigue la estela de niños hebreos por las calles de una ciudad que sabe la Sentencia que van a imponerle al Señor, a las mismísimas orillas del Darro, cuando viene Cautivo y Despojado sobre cervices costaleras y al ritmo que le marcan las cornetas de un barrio. A eucaristía suena la marcha, a Eucaristía sabe el pan que el Señor parte y reparte entre sus apóstoles, justo cuando la Eucaristía se instaura, Jesús y María adelante, al anochecer del Realejo en esa última cena, nuestra Santa Cena, que es la más bonita de Andalucía, y que es como el punto de partida a todo lo que le ha de venir al Señor, que empezará orando en un Getsemaní hecho a la medida de la ciudad, estrecho y empedrado, en esa Oración en el Huerto que nos anuncian nazarenos con la cruz de Santiago en el pecho, como cruz en el pecho es, pero trinitaria, la que llevan en el capillo los hombres y mujeres que anuncian que Jesús es rescatado, a la usanza del Cristo de Medinaceli, pero más nuestro, más humilde, más Rescate.

Habrán de venir malos momentos, lo saben las mujeres costaleras que lo traen, soga al cuello y cruz al hombro, desde extramuros de la ciudad, Corpus Christi de un Señor que cae, y apoya su mano en la piedra, y mira al Cielo, y nos da Trabajo cambiando de paso hasta el corazón de la ciudad, en la que muere, en actual renacimiento, dejando constatado en su efigie la importancia que tuvo Granada en otras épocas, en las que atrajo hasta sí a un florentino que habría de dejarnos la historia de la imaginería plasmada en el sufrimiento de un Señor, que la medida del amor sea amar sin medida, Protector de la ciudad y Cristo de san Agustín, que cierra el día muriendo en una cruz de plata.

Se abrirán las puertas en la coqueta iglesia albaycinera, para que el sol le de en el rostro a un Cristo marchito por la  Amargura, agarrando la cruz con una mano, hinchada y temblorosa, la cual le vence y casi le despoja de su Gran Poder, tal es la cantidad de pecados que le ponemos sobre ella, a este Rey de los Judíos, coronado de espinas ante la mirada de Fray Luis de Granada, que sostiene una Cañilla como símbolo de una realeza que sólo nosotros sabemos que existe, y que quedará demostrada, junto con su bondad y justicia, cuando Longinos le infrinja su certera Lanzada, otra vez más allá de las primitivas lindes de la ciudad.

La historia la cuentan los que lo ven en Meditación, sólo con sus pensamientos a pesar de la gente que lo espera, sopesando, en su infinita Paciencia, lo que su Padre le ha encomendado, que no es poco, ser el Consuelo que precisa la ciudad, aunque para ello tenga que ser Nazareno y sufrir Tres Caídas, todo sobre las piedras, otra vez, del longevo barrio del Realejo.

Y es que la Redención nos viene sin merecerla, sólo porque Él aceptó concedernos el Perdón sobre la cruz en la que muere en silencio, otorgándonos en la oscura madrugada su Misericordia. Gracias a ese Amor y Entrega que tuvo para con nosotros, gracias a ese camino de la Pasión en la que se convierte Granada cada año, nosotros podemos vivir hoy, reviviéndolo en nuestras calles y plazas. Y lo veremos morir, en su ferroviaria Buena Muerte, llenando de Favores la ciudad, y exhalando su última Expiración para ser depositado, tras un dulcísimo Descendimiento, sobre la fría losa del Sepulcro para volver, tras su gloriosa Resurrección, Resucitado en la luminosa mañana del Domingo de Resurrección y darnos así la vida eterna. 

Eterna, como es la ciudad que, cada año, espera volver a vivir todo esto, intensamente, siguiendo los pasos de Jesús.

Fuente Fotografía: La Locura Cofrade

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