5...Ser costalero


Contra todo pronóstico, en pleno mes de agosto, han citado a la cuadrilla porque, en la cochera donde se guarda, entre otros muchos, el paso de su hermandad, tienen que hacer unas obras y es necesario moverlo para facilitar la labor sin que el paso sufra desperfecto alguno.

Como es lógico, él no ha dudado y, costal en ristre bajo un sol se justicia, va caminando hacia el cocherón dispuesto, como siempre, a echar una mano si su capataz se lo reclama, donde se encuentra, al llegar, con los mismos de casi siempre. Son esos que no fallan, los que, poco después, antes de navidad, acudirán a la igualá entendiendo que acudir a ella es un privilegio y no una carga, y que si quieres sacar el paso debes acudir a las citas que se ponen, salvo circunstancias irremediables.

Llegado el momento, junto con los mismos de casi siempre, volverá a pasar frío en la soledad de los ensayos en algún confín del extrarradio, incluso con lluvia, porque si la cuaresma viene con agua, lo más seguro es que algún ensayo se haga lloviendo ante la imposibilidad de apretar las fechas, y volverá a “reñir” con la pareja o con la madre, a poner lavadoras sólo con la ropa de costalero, a quitarle horas al sueño, a la familia y a su vida para no faltar a la cita con su gente, esos privilegiados que luego serán los pies de Jesús y de María el día grande de la Semana Santa en que los eligen para llevarlos por la ciudad.

En los ensayos, se habla con los amigos, y casi siempre es lo mismo, que si la mujer se ha quedado en casa con los niños, que si mi madre está preocupada por la hora de regreso, que si se ha enfadado porque no he estudiado lo suficiente, que si no he podido cenar con mi esposa como siempre hacemos, que si el domingo ella quería salir con sus padres y tengo ensayo…historias que se repiten, todos los años, cuando el capataz reclama su presencia o, mejor dicho, el Señor o la Virgen la reclaman.

Después de los ensayos, se vuelve a convocar a la cuadrilla porque hay que estar en el vía crucis y en el traslado de la imagen a su imagen procesional, que son momentos importantes para el costalero porque, así lo entiende él, es la oportunidad de tenerlo más cerca, durante las catorce estaciones o antes de subirlo al paso, y pedirle por todo eso que le aflige y le preocupa, aunque también suelen ir a estos actos los de casi siempre. Quizá, si el paso está lejos de la iglesia, habrá que llevarlo hasta allí, bien andando con él, las más veces, en una labor complicada por lo largo del trayecto, bien subiéndolo a un camión para que lo haga, lo que conlleva tener que ir al lugar donde se ensaya, subirlo, ir a la iglesia y bajarlo para que los priostes hagan su trabajo,

Llegado el día de la salida, toda la cuadrilla estará presente en el día señalado, para rezar con los pies sobre el asfalto de la ciudad, captando almas entre que miran a los titulares y llevando el evangelio a los que no tienen acceso a él por los motivos que sean y, cuando se encierre la hermandad, volverán los costaleros a sus casas orgullosos del trabajo realizado hasta el año que viene… ¿hasta el año que viene?

No. Después de la salida, aun quedan citas a las que hay que ir, porque el Señor vuelve a convocarlos para que acaben el trabajo igual de bien que lo empezaron. Los de casi siempre volverán a quedar, a fajarse y a hacerse la ropa para volver a hacer la mudá de vuelta  a la cochera y despedirse, ahora sí, del trabajo, hasta el año que viene porque, así lo entiende él, todo esto, y no sólo aguantar los kilos cuando aprietan entre nubes de incienso y acordes de la banda, es ser costalero.

Fuente Fotografía: Gente de paz

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