8...Música
El otro día estuvo viajando sin
moverse. Fue un viaje ni corto ni largo, apenas una hora le llevó, pero tan
intenso que aún no se ha recuperado de todo lo que se le removió por dentro
mientras lo realizaba.
En una mañana luminosa de
domingo, con la familia, como siempre, testigo de todo lo que a él le importa,
que no duda en restar horas a su ocio para compartir con él todo aquello que le
hace feliz (o al menos le hacía en otra época), apareció para disfrutar de la
jornada por el edificio, fruto de la moderna arquitectura de la época que, si
bien en el momento de hacerse creara no poca controversia, hoy se ha instalado
como una referencia más en el paisaje urbanístico de la ciudad, a los pies del
monumento más visitado del país.
A este viaje por los recuerdos de
hace un cuarto de siglo fue citado sin expectativas, porque no había en él nada
que pareciera diferente del resto de cosas parecidas que van teniendo presencia
en torno a la efeméride, por lo que no esperaba nada más allá de una actividad
distinta y cuaresmal con la familia. Pero no resultó ser lo que creía, y no le
dejó indiferente. A lo largo de la hora que duró el trayecto, hubo momentos
para todo, desde el tedio en alguna parte, hasta la más profunda emoción,
pasando por revivir, segundo a segundo, todo lo que había vivido hace
veinticinco años y que parecía tener olvidado, motivo por el que no se ha
prodigado mucho en las actividades, ya que poco tiene que aportar a este
maremágnum de proyectos y citas, pero que fueron aflorando desde las entrañas
mismas, allí donde se gestan los instintos, recorriendo el corazón, donde vive
la voluntad y el sentimiento, hasta salir a la luz, llegado el final, en forma
de caudal incesante de lágrimas.
Los nombres impresos en el papel,
de marchas para acompañar la elegancia de un palio, para marca la cadencia
costalera, no eran más que letras que anunciaban lo que iba a venir, pero que
se transformaron en un mapa de vivencias, de norte a sur y de este a oeste, de
ese territorio personal que cada uno lleva dentro; en un pregón de nostalgia, pronunciado
con la voz de la corneta, el trombón o la flauta travesera, que diera el
penúltimo pellizco, a deshoras del aguante. En una fotografía de instantes
irrecuperables, lejanos en realidad pero que se hicieron patentes allí, aquella
mañana, en el que volvió a tener veintitrés años, casi en los albores de todo,
de la mano, fiel amiga, de la música…
Fuente Fotografía: La Nueva Crónica



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